Las prácticas habituales de retroalimentación en las aulas, por lo general, consisten en corregir, identificar errores y, finalmente, calificar. De este modo, se desplaza la construcción del sentido del aprendizaje. El estudiante deja de ser el protagonista, acepta las correcciones, se le comunica los errores y la calificación, pero no comprende qué y cómo mejorar.