Todo comienza lanzando una moneda. Pero también puedes soplar un diente de león, partir un hueso de pollo o perseguir una estrella fugaz. El caso es tener un deseo, y pedirlo. Porque es gracias a los deseos que mantenemos vivo nuestro espíritu. Sin metas, ni objetivos, nos reducimos a un cuerpo andante. Pero hay que contar con el alma también.